Dice un viejo refrán que cada uno cuenta la guerra según le va en ella y ese no sería un mal resumen para esta obra escrita por el Premio Nobel de Literatura Harold Pinter. Opina Pablo Remón, quien se ha encargado de la traducción y versión de la obra que dirige Beatriz Argüello y que se estrena hoy en el Teatro de la Abadía, que: ‘Viejos tiempos (estrenada originalmente en 1971) supone, en la torrencial trayectoria de Harold Pinter, algo así como un cambio de tuerca, un nuevo comienzo o una reinvención tras sus obras de los 60. A comienzos de la nueva década, Pinter se inventa con esta obra (partiendo de sus experimentos previos en obras más breves, Landscape y Silence) una nueva forma de escribir, por la que transitará durante algunos años más: una escritura misteriosa y poética, alejada del realismo, donde lo verdadero y lo falso, la memoria y la invención, y el recuerdo y el sueño se confunden.’
Y no le falta razón, porque en Viejos Tiempos, es complicado separar lo real de lo soñado, de lo imaginado o incluso de lo que cada uno de los personajes quiere creer que pasó o como le gustaría que hubiera pasado. Incluso aunque sean tres los personajes sobre el escenario uno, como espectador, se pregunta si realmente son tres.
La trama de esta obra en dos actos nos sitúa en una casa de campo cerca del mar de algún lugar de Inglaterra. Una gran ventana en el centro, al fondo y una escenografía sencilla pero muy acorde a la época en la que se desarrolla. La llegada de Anna a la casa de Kate y Deeley, el matrimonio propietario de la casa, gente aburrida de clase media, desencadena una sucesión de recuerdos en cada uno de ellos, cargados de impactos emocionales, que provocan la utilización de estos como arma arrojadiza hacia el otro. El pasado se modifica cada vez que alguien habla de él y pareciera estar más vivo que el presente. Los acontecimientos tienen lugar a medida que son recordados. Los recuerdos se materializan a modo de ficción en el presente, son contados, actuados, son, por tanto, un hecho teatral en sí mismos.
Anna es una vieja amiga de Kate a la que ésta no ve desde hace 25 años. La relación que existió entre las dos provoca una reacción en Deeley que se mueve entre los celos y el deseo de saber. También se crea una conflagración entre éste y Anna, en la cual ambos aspiran a ocupar el lugar más importante en la vida de Kate hasta el punto de hablar sobre ella como si no estuviera allí.
La obra de Pinter es un texto complejo que posee un lenguaje poético. Pinter nos muestra bien las verdades parciales y las verdades cuidadosamente construidas y juega con los silencios, un recurso muy bien configurado que a veces dice más que las palabras. Esto es algo que ha entendido muy bien Beatriz Argüello y lo ha marcado perfectamente en su puesta en escena.
Los actores que interpretan la obra, Ernesto Alterio como Deeley, Mélida Molina como Kate y Marta Belenguer como Anna, están soberbios en sus interpretaciones. Dice Beatriz Argüello sobre ellos: “Han hecho un trabajo muy minucioso, muy bonito y muy difícil, porque el interés de la obra no reside en verdad en la trama, sino en los propios personajes.”
La escenografía es obra de Carolina González y la iluminación de Paloma Parra, el vestuario de Rosa García Andújar y el espacio sonoro y música de Mariano Marín.
La obra estará en cartel hasta el 13 de abril.
Fotografías © Conchita Meléndez
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