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miércoles, 26 de abril de 2017

"VITAL MANTRA" DESCUBRE EL UNIVERSO DEL PINTOR ÀLEX DE FLUVIÀ


La Fábrica edita Vital Mantra, una oportunidad única de entrar en contacto con la obra de este artista en cuyas obras abrió un diálogo entre sus profundas raíces mediterráneas y las influencias y estímulos que recibió en los países que visitó a lo largo de su vida.

Vital Mantra reúne una selección de la obra más representativa del artista abstracto. Abarca veinte años de creación de Àlex de Fluvià (1966-2015) con trabajos desde 1995 a 2015, y obras realizadas en Barcelona, Nueva York, Cairo, Tokio y Dubái. La edición cuenta además con los textos del comisario e historiador de Arte, Alex Mitrani, el arquitecto Rafael Balboa y el patrón de las artes y comentarista político, Sultan Sooud Al-Qassimi (Colección Barjeel en Sharjah Emiratos Árabes) que nos ayudan a contextualizar la obra de Àlex de Fluvià.

Sobre la obra de Àlex de Fluvià


Àlex de Fluvià supo plasmar en sus obras las distintas observaciones culturales experimentadas durante sus extensos viajes, en contraste con sus profundas raíces mediterráneas.

En dos décadas, el artista catalán produjo un cuerpo pictórico de características singulares, explorando temas como el paso del tiempo, la acumulación de la experiencia y la dualidad. Creó un universo de elementos yuxtapuestos, cuyo resultado es un lenguaje visual extremadamente reconocible, plasmado consistentemente en su pintura, fotografía y obra sobre papel. El título de este libro—Mantra Vital— deriva precisamente de la distintiva cualidad caligráfica inherente a su obra y de la riqueza gestual del trazo reiterativo presente en sus lienzos.

La obra de Àlex de Fluvià aborda tres temas principales: el paso del tiempo - expresado como acumulación-sedimentación de la experiencia -; el ritmo vital - representado por la pincelada caligráfica como marca - ; y las dicotomías: interior-exterior, yo-otros, vacío-lleno, esperanza-sufrimiento.

En su obra la gestualidad y la repetición de la pincelada caligráfica generan ritmos, y superposiciones. Acumula elementos y fragmentos que construyen capas de collage, veladuras, transparencias y tramas. Tramas o celosías que se expanden y contraen para hablar de lo esencial: la vida, la poesía, el conocimiento y el sufrimiento.


Àlex de Fluvià


Estudió Historia del Arte en la Universidad de Barcelona y fotografía en la School of Visual Arts de Nueva York. A finales de los años 90 se reafirma como artista durante su estancia de siete años en Nueva York. Afincado en el barrio de Williamsburg, mantiene íntimo contacto con otros artistas catalanes, como Lluís Lleó, Antoni Muntadas y Fernando Molero. Tras seis años en su estudio de Williamsburg, se instala en Egipto fascinado por el arabesco y la cultura del Cairo moderno. Sus dibujos y pinturas durante este periodo emanan la esencia de la mashrabia (celosía), e invitan al espectador a mirar a través de un entramado pictórico para descubrir mensajes ocultos en las obras.

Su interés por la investigación gestual del trazo da lugar a una estancia en Japón en 2006, donde estudia caligrafía japonesa (Shodō) en Tokio. Sus abstracciones incorporan patrones nipones y su icónica pincelada roja. Más tarde, durante su residencia artística en Dubái, evoluciona su lenguaje visual creando obras abstractas que resaltan la belleza de las formas gráficas del lenguaje árabe escrito y eliminan su significado literal.

Desde 2011, su producción artística explora la dualidad y hace referencia a la resistencia vivencial, política y social. Sus últimas obras mezclan mensajes de esperanza y alusiones a la transformación, la incertidumbre y la desigualdad. La yuxtaposición de la fotografía en blanco y negro junto a su pintura crea superficies ricas donde el collage, las marcas y los colores fluorescentes producen tensiones en la obra para transmitir su base conceptual.

De Fluvià expuso su obra en Nueva York, Londres, Múnich, Milán, Tokio, Corea, Ciudad de México, Oporto, Sevilla, Barcelona, Madrid, Basilea, El Cairo, Dubái, Abu Dabi, Bahréin y Arabia Saudí.

Mário Pedrosa, De la naturaleza afectiva de la forma

MUSEO REINA SOFÍA
C/ de Santa Isabel, 52  MADRID
Del 28 de Abril al 16 de Octubre de 2017


El brasileño Mário Pedrosa (Pernambuco, 1900-Río de Janeiro, 1981) fue uno de los pensadores latinoamericanos más importantes del siglo XX. Pedrosa encarna el paradigma del intelectual público, comprometido con el debate sobre el futuro de la sociedad tanto en términos culturales como políticos. Fue un interlocutor en la formación de la cultura moderna de Brasil, contribuyendo tanto a la consolidación de instituciones de arte moderno como a la de la Bienal de São Paulo, de la que fue director y consultor en distintas etapas. Asimismo, los encuentros con artistas en su apartamento de Río de Janeiro resultaron fundamentales para la explosión de ideas que transformaron la escena artística brasileña en la mitad del siglo pasado. Por otro lado, su militancia política le llevó primero a años de exilio y, más tarde, a desempeñar un papel clave en la recuperación de la democracia de su país.

Como crítico de arte, Pedrosa ha sido reconocido como el impulsor del arte concreto y neoconcreto pero en sus escritos no le daba prioridad a un lenguaje artístico sobre otro, su visión de la modernidad era horizontal y simultánea más que lineal y jerárquica. De ahí que incluyera en su lectura del arte moderno a artistas que no encajaban en genealogías artísticas y a aquellos situados al margen de la sociedad, incluidos los enfermos mentales.

En esta exposición, la selección de obras de los artistas que Pedrosa analizó articula distintos ámbitos plásticos, permitiendo visualizar las cuestiones que le interesaban, como, por ejemplo, las tendencias introvertidas del arte de los años cincuenta (desde el italiano Giorgio Morandi hasta Milton Dacosta o Maria Leontina); la cuestión de un arte pop brasileño en el que la sociedad de consumo se presenta como lugar de conflicto (Rubens Gerchman o Antonio Dias), o el arte virgem, -término acuñado por Pedrosa para designar el arte realizado por enfermos mentales, los niños y los artistas autodidactas-, pasando por el neoconcretismo de Hélio Oiticica y Lygia Clark.

La discusión en torno a la arquitectura y el urbanismo y su impacto en la organización social, a la que Pedrosa dedicó varios escritos, está presente en la exposición a través del proyecto emblemático de la construcción de Brasilia, un plan utópico de síntesis entre las artes y también un modelo de modernidad esencialmente brasileña en el que el desarrollismo, el lenguaje visual del constructivismo y la identidad nacional se combinaban para proyectar una imagen de nación moderna.
 

EL CONFLICTO Y SUS DIVERSAS MANIFIESTACIONES EN EÑE 49


La Real Academia Española ofrece hasta seis acepciones para la palabra “conflicto” en el diccionario: desde enfrentamiento armado a pelea, apuro, problema, cuestión o materia de discusión. Podríamos decir que el conflicto es intrínseco a la propia existencia humana, ya que el individuo no solo lidia con conflictos externos, sino que en su cualidad de homo sapiens se encuentra en muchas ocasiones acosado por conflictos internos de la mayor variedad.

El conflicto es también la savia de la que se nutre la creación literaria, ya que no hay relato sin conflicto. Y en este sentido, este amplio concepto se presenta como materia prima de primera calidad para los relatos que integran el último número de la revista Eñe.

En Eñe 49  Laura Restrepo, Beatriz Rodríguez, Daniel Ruiz García, Mariana Enríquez, Luis Mateo Diez, Lea Vélez, Lara Moreno y Paulina Flores han construido sus textos teniendo presente la idea del conflicto que puede abarcar, desde los conflictos interiores hasta los sociales o la violencia.


Laura Restrepo nos plantea precisamente si todas las formas de conflicto —o de violencia— no son en alguna medida la misma. Beatriz Rodríguez y Paulina Flores se adentran en uno de los conflictos eternos: el sentimental. Mariana Enríquez y Daniel Ruiz hurgan, de modos muy distintos, en el literariamente fértil conflicto familiar. Lea Vélez indaga en un conflicto devastador: el progreso. Lara Moreno pone sus palabras en otro no menos inquietante: el de la educación y las normas. Y Luis Mateo Díez, por último, con su maestría habitual, se entrega a la amistad.


Junto al tema central del número, Eñe 49 cuenta también con sus secciones habituales, en las que en esta ocasión nos visitan  Antonio Orejudo – que firma el Diario– y Daniel Mordzinski, que nos habla de su Biblioteca Particular.

Antón Castro dialoga con el escritor Antonio Muñoz Molina, que reflexiona sobre los peligros de la cultura del odio. Berna González-Harbour firma “La Batalla”, titulada Contra el muro. Por la literatura,  mientras que Sergio del Molino es el autor de la sección El Juicio Final.

El fotógrafo Luis Baylón es el encargado de ilustrar el número 49 de la revista Eñe con imágenes de sus series Madrid anónimo y Semana Santa. Zamora.


Sobre la revista Eñe

Desde su nacimiento en 2005, Eñe se ha consolidado como la revista de literatura de referencia en español. Coincidiendo con las cuatro estaciones del año reúne textos inéditos de los mejores escritores españoles, latinoamericanos e internacionales que escriben en cada número en torno a un tema determinado. Más de 500 escritores de la talla de Mario Vargas Llosa, Jonathan Franzen, Amélie Nothomb, Manuel Rivas, Antonio Muñoz Molina, Luis García Montero, Lorenzo Silva o Eduardo Galeano han escrito para la revista, que desde su número 46 está dirigida por el escritor Luisgé Martín.
 

ANDALUCIA EN EL IMAGINARIO DE FORTUNY

CAIXAFORUM ZARAGOZA
Avenida de Anselmo Clavé, 4  ZARAGOZA
Del 27 de Abril al 27 de Agosto


 
El día 9 de julio de 1870 la familia Fortuny-Madrazo solemnizaba su llegada a la ciudad de Granada cumpliendo con el rito preceptivo de visitar el monumento más emblemático de la ciudad: el palacio de la Alhambra.

A partir de esa fecha el pintor inició un idilio con uno de los lugares más recónditos de la geografía europea, uno de los más alejados de la influencia de las grandes capitales artísticas. Durante dos largos e intensos años, Marià Fortuny (1838-1874) protagonizó una relación sentimental con un paisaje con el que llegó a sentirse fuertemente identificado y en el que vivió uno de los momentos más felices de su corta existencia. La decisión de fijar su residencia en Granada y alejarse de aquellos lugares en los que había obtenido una gran reputación artística vino a corroborar una situación de crisis y un momento de insatisfacción provocados por una dinámica comercial en la que se sentía atrapado y de la que deseaba alejarse. 

El artista llegó a Andalucía rodeado de una aureola triunfal, como un artista que había alcanzado la consagración unos meses antes tras haber presentado en la galería Goupil de París una de las obras que más contribuyó a catapultarlo y transformarlo en un referente canónico de la pintura europea. La presentación de La vicaría venía a culminar el modelo que tantas satisfacciones le había otorgado, al concederle la oportunidad de obtener un reconocimiento público sin parangón. Sin embargo, a pesar de sus bondades, la obra reflejaba un cierto síndrome de repetición que parecía condenar al pintor a repetir unas fórmulas preciosistas y estereotipadas que, si bien constituían una receta garantizada de éxito, le obligaban a permanecer fiel a una estructura rígida de la que no podía desprenderse.


En este sentido, la situación personal de Fortuny venía a reflejar el eterno dilema existente entre el deseo y la realidad. De alguna forma, en Granada encontró el clima favorable que le permitió superar la dicotomía en la que se sentía atrapado, un marco y un contexto que le ayudaron a reiniciar su andadura creativa, cumpliendo la función simbólica de un rito de iniciación.
La prueba de esta fecunda relación fue el incremento de su, ya de por sí, admirable capacidad de trabajo. Durante estos dos años su producción se incrementó exponencialmente y, lo que es más importante, esta fecundidad se vio acrecentada por la obtención de unos frutos de una gran belleza artística. Los logros conseguidos fueron magníficos y contribuyeron al crecimiento profesional de Fortuny, que aprovechó la oportunidad que le ofrecía el entorno para reorientar su carrera y dar rienda suelta al deseo de satisfacer sus impulsos creativos. Durante este tiempo, Fortuny realizó algunas de las obras más emblemáticas de su quehacer creativo, aquellas que, con el paso del tiempo, se han transformado en algunas de sus composiciones más icónicas. Al respecto, podemos mencionar pinturas de la importancia de: La matanza de los Abencerrajes, Tribunal de la Alhambra, Carmen Bastián, Paisaje de Granada, Almuerzo en la Alhambra o Músicos árabes, por citar solo algunas de todas aquellas que hicieron de la etapa de actividad granadina una de las más significativas de todas cuantas llegó a protagonizar.

Estos dos años también le permitieron seguir mostrando su querencia por el dibujo, un medio de expresión en el que siempre se sintió a gusto y en el que obtuvo logros muy destacados. Los trabajos gráficos permiten adentrarnos en el andamiaje del proceso creativo y un acercamiento más detallado a algunos de los episodios más representativos del periodo. Más que un complemento, o un recurso instrumental, la fuerza de estos rasguños, esbozos, bocetos y dibujos preparatorios ayudan a calibrar el talento y la versatilidad del artista, capaz de dominar, con idéntica pericia técnica y virtuosismo, las diferentes vertientes compositivas. Por otro lado, este magnífico conjunto de dibujos nos brinda la oportunidad de valorar el interés del reusense por representar los rincones más insospechados del mapa de una ciudad que dibuja un entramado laberíntico, configurado por calles, callejones y plazas en los que Fortuny encontró el sosiego y la felicidad que necesitaba para reinventarse como creador y, al mismo tiempo, realizar uno de los más bellos homenajes que se pueden tributar a una ciudad fascinante, en la que vivió un tiempo de ensoñación.