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domingo, 17 de febrero de 2019

H.C WESTERMANN. VOLVER A CASA


Desde el pasado día 5 se puede visitar en la tercera planta del Edificio Sabatini del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la muestra H.C. Westerman. Volver a casa, la primera gran retrospectiva de un singular artista de difícil clasificación dentro de la historia de la escultura de la segunda mitad del siglo XX cuya obra, sin embargo, ejerció una gran influencia en sus coetáneos y que ha servido posteriormente de inspiración para nuevos lenguajes visuales.

Sin pertenecer a las principales corrientes de su época, como el minimalismo, el expresionismo abstracto o el pop art, este singular artista abordó desde su particular estilo cuestiones de la condición humana y las preocupaciones de la sociedad estadounidense de mediados del siglo XX, inmersa en la tensión de la Guerra Fría, el consumo y la cultura de masas.

Esta interesante y divertida exposición presenta cerca de 130 obras de Westermann fechadas entre 1954 y 1981: la mayoría de ellas intrigantes esculturas realizadas en madera con perfección de ebanista, pero también se incluyen grabados, dibujos y cartas, así como pinturas de su primera etapa artística.
 


El imaginario de Westermann revela su traumática experiencia como marine durante la Segunda Guerra Mundial a bordo de un portaviones así como con un agudo conocimiento de su país, desde sus conflictos militares o su vastos y espectaculares paisajes hasta la soledad de las grandes ciudades o la cultura televisiva y publicitaria.

Todo ello se muestra en obras como sus elocuentes death ships (barcos de la muerte), su serie de litografías See America First (Primero conozca América, 1968) o los linóleos Disasters in the Sky (Desastres en el cielo, 1962).

Por otro lado, si bien la producción de Westermann no puede reducirse a un estilo determinado, en ella persiste su preocupación por asuntos como la muerte y el continuo del trabajar. Estas dos situaciones confluyen de alguna manera ya que el autor entiende el morir como una fase que progresa y no como un hecho único e intimo. Se trasluce también un interés por hallar y construir un lugar propio, un habitat, que también guarda similitud con la muerte, motivo por el cual para Westerman "Me voy a casa" puede significar me muero. La comisaria Beatriz Velázquez indica a este respecto que para Westermann, la práctica artística supone un hacer, un construir permanente. A través de él se entiende que una persona es en el mundo en la medida en que habita, y habita en la medida que construye su espacio, su habitación, su abrigo.





El deseo del regreso a casa impregna la obra de Westermann, como se aprecia en varias de sus esculturas, por ejemplo en A Soldier's Dream [El sueño del soldado, 1955], en la que un cuerpo mutilado sufre el calvario de una hoguera. La obra, que semeja una capilla portátil, toma su título de una vieja canción sobre el anhelo del soldado por volver al hogar.

Las pinturas que abren la exposición pertenecen a los primeros años de formación de Westermann como estudiante de Bellas Artes en la Escuela del Art Institute de Chicago. En ellas se aprecia la influencia de las vanguardias europeas y su organización en campos de color bien delimitados apunta ya hacia la marquetería y anticipa el gusto del artista por el trabajo madera.

La transición entre estas imágenes y lo que será su medio preferente, el objeto en madera, puede observarse en Two Acrobats and a Fleeing Man (Dos acróbatas y un hombre huyendo, 1957), donde los tres personajes parecen desconectados del paisaje urbano en el que se encuentran, vaticinando las preocupaciones que serán duraderas en el artista, como la condición aislada -desabrigada, en definitiva- de la persona en el mundo. Las primeras esculturas, desde 1954, se acercan al mismo tema mostrando la angustia del confinamiento y de la muerte.



La obra impresa volverá a cobrar vida en See America First (Primero conozca América), que es el título que el artista adoptó en 1968 para una serie de 18 litografías tomando prestado el eslogan de una campaña de turismo de principios del siglo XX que animaba a los ciudadanos estadounidenses a explorar su propio país en lugar de viajar al extranjero.

Sin embargo la principal obra del artista sigue siendo la escultura y desde mediada la década de los sesenta, los objetos de Westermann acusan distintas reducciones al absurdo. Por una parte, el artista recurre a distintas capas de contradicción entre los títulos, materiales y referentes representados de sus piezas, confeccionando lo que la crítica ha llamado paradojas visuales y materiales. Otras veces Westermann incide en los fallos de funcionalidad de mecanismos y estructuras, como en Antimobile (Antimóvil, 1966). 


El artista ahondó también en sus investigaciones sobre el asunto de la muerte en la segunda parte de su carrera aunque ya no discurrirán tan asociadas a la prisión y caducidad del cuerpo. La acción de dilatar o demorar la  muerte fue siempre una  de  las  reflexiones  recurrentes  de  H.  C.Westermann.
 


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