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jueves, 17 de agosto de 2023

EL GUGGENHEIM MUCHO MÁS QUE UN EDIFICIO

 


¿Quién que haya estado alguna vez en Bilbao no se ha acercado a conocer ese edificio de formas curvilíneas y retorcidas, recubiertas de piedra caliza, cortinas de cristal y planchas de titanio diseñado por el canadiense Frank O. Gehry? ¿Quién no ha fotografiado la araña de Bourgeois, símbolo de la fertilidad, o se ha hecho un sefie delante de Puppy? Y sin embargo ¿cuántas de las personas que han hecho todo eso se han atrevido a adentrarse en las entrañas de uno de los más importantes museos de arte contemporáneo de nuestra geografía? Tampoco nos vayamos a venir muy arriba que solo tenemos cuatro (el Guggenheim en Bilbao, el MUSAC en León, el MACBA en Barcelona y el Reina Sofía en Madrid). Yo confieso, nunca había estado en su interior. 

Aprovechando una escapada de cuatro días a Castro Urdiales, ciudad cántabra pero próxima a Bilbao, para huir de las múltiples olas de calor que vienen dejándonos los sesos derretidos este verano decidí hacer una visita al Guggenheim. Saqué las entradas con antelación para asegurarme el pase y no tener que esperar colas y allí que me fui con toda la familia en uno de los días más terribles de agosto, 40 grados en Bilbao no son moco de pavo. Aun así no me arrepiento, os aseguro que la visita mereció la pena ya que aparte de la obra permanente pude ver tres magníficas muestras temporales además de la impresionante instalación “La materia del tiempo”, de Richard Serra, compuesta de ocho esculturas encargadas por la propia institución para su colección propia en el año 2005 y que se exponen en la sala 104, la más grande del edificio. 

En esta instalación las piezas, enormes planchas de metal, no están unidas al suelo sino que se mantienen en equilibrio. Están hechas para que el público las recorra y las rodee creando una sensación de espacio en movimiento a veces algo claustrofóbico como en el caso de la espiral, que parece que no va a terminar nunca y que de algún modo nos va envolviendo. El sonido también es parte del juego ya que por la forma en que las planchas están colocadas se experimenta una especie de eco similar al que podría producirse en un paso entre montañas. 






La primera de las exposiciones temporales que nos encontramos es la de Yayoi Kusama, que se inauguró el 27 de junio y permanecerá abierta al público hasta el 08 de octubre. Esta exposición se centra en las cuestiones existenciales que impulsan las exploraciones creativas de Kusama. A través de sus pinturas, dibujos, esculturas, instalaciones y material documental sobre sus happenings y performances, la muestra ofrece un análisis en profundidad de su práctica, desde los primeros dibujos que realizó siendo adolescente durante la Segunda Guerra Mundial hasta sus últimas instalaciones inmersivas con espejos. Organizada siguiendo criterios cronológicos y temáticos, Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy aborda los seis temas clave que atraviesan la vida de la artista: Infinito, Acumulación, Conectividad radical, Lo biocósmico, Muerte y La energía de la vida.


Otra de las muestras temporales es la de la artista y escritora británica Lynette Yiadom-Boakye, conocida por sus pinturas de personajes atemporales captados en momentos cotidianos de felicidad, complicidad y soledad. “Ningún ocaso tan intenso”, que podrá visitarse hasta el 10 de septiembre,  presenta una selección de más de 70 pinturas y dibujos al carboncillo realizados entre 2020 y 2023 que se muestran al público por primera vez. 

La exposición representa, por tanto, una extraordinaria oportunidad para descubrir el fundamento de la artista: crear pinturas evocadoras en las que se refleje la experiencia humana. En esta última etapa, Yiadom-Boakye ha vuelto al dibujo al carboncillo, cuya escala íntima y aire de improvisación generan una impresión de inmediatez. La contemplación de estos dibujos junto a las pinturas permite apreciar la profundidad y destreza que la artista logra trabajando en los distintos soportes.

Sus exuberantes óleos sobre lienzo o sobre lino rugoso retratan, con pinceladas sueltas, a personas ficticias sobre fondos teatrales. La artista no trabaja con modelos reales, sino que sus figuras son composiciones tomadas de distintas fuentes, como álbumes de recortes y dibujos, recuerdos y observaciones de la vida cotidiana.






Y por último toca hablar de la muestra que ha sido la causante de que me desplazara hasta el museo, “Un rebelde de Viena” de Oskar Kooschka. Pintor, poeta, escritor, ensayista y dramaturgo, Oskar Kokoschka (1886–1980) comenzó su carrera en la Viena de principios del siglo XX, al igual que Gustav Klimt (1862–1918) y Egon Schiele (1890–1918). Sus primeras obras escandalizaron tanto al público como a la crítica, que enseguida le calificó como “el gran salvaje” (Oberwildling). Su rica trayectoria personal y artística abarca la mayor parte del siglo XX, estando estrechamente ligada a los acontecimientos históricos de su tiempo.

A lo largo de su vida, su afán de independencia le mantuvo al margen de cualquier movimiento artístico. En ese sentido, el único adjetivo que Kokoschka aceptó para sí mismo fue el de expresionista: “Soy un expresionista porque no sé hacer otra cosa que expresar la vida”. Este compromiso con su arte se refleja en cada una de sus obras y convierte al pintor en testigo fundamental de su época y de las transformaciones que en ella se desarrollaron. 

Oskar Kocoschka fue uno de los artistas a los que los nazis tildaron como representantes del “arte degenerado”, entre ellos se encontraban también Marc Chagall, Pablo Picasso, Otto Mueller, László Moholy-Nagy y en general todos aquellos que abrazaron el arte moderno por oposición a lo que el régimen consideraba “arte heróico”. Hitler llego a afirmar en uno de sus discursos que estas distorsiones del arte moderno eran síntomas de la degeneración mental de los artistas, o de su ansia por pervertir o mentir a la gran nación.

















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