Si aún no la has visto todavía estás a tiempo. Hasta el 23 de febrero se sigue representando en Nave 10 Matadero, está fábula de Pablo Rosal, un dramaturgo que ya nos tiene habituados a los juegos de palabras, a la exaltación del lenguaje, que suele ser la mayoría de las veces el tema principal de sus obras, y que en ocasiones anteriores le ha dado tan buenos resultados, como ocurrió con Los que hablan, interpretada por Luis Bermejo y Malena Alterio, que sin duda fueron una parte importante del éxito obtenido por el autor.
En esta ocasión, A la fresca nos narra una historia sencilla, con personajes pequeños que tienen sueños pequeños. Tres personas que se han conocido casualmente se juntan cada día al atardecer para disfrutar de la puesta del sol y de su mutua compañía. Son personas completamente diferentes que no tienen nada en común, uno es un escritor con síndrome de la hoja en blanco, que se ha retirado a una finca familiar con la idea de relajarse e intentar desbloquearse. El problema es que en la casa, heredada de sus abuelos por varios familiares, se están produciendo multitud de eventos, desde reuniones de empresa, a bodas, juegos, alquileres vacacionales, etc. Que no le permiten aquello que él había ido a buscar.
Aquí entra en juego otro de los personajes, un pequeño constructor, más bien un albañil, que el escritor contrata para que le construya una pequeña cabaña en el terreno, lo suficientemente alejada de la casa para poder huir del ruido y la multitud. La tercera persona es una mujer contratada en un pueblo cercano para que se ocupe de la limpieza y las comidas de quienes habitan la casa.
La escenografía es minimalista, apenas unas cuerdas con ropa tendida, que irá cambiando en cantidad dependiendo de cuantas personas habiten en cada momento el lugar. Son los propios actores quienes nos van narrando la historia de la casa que en realidad funciona como una especie de historia aparte, un complemento. Lo importante es, o debería de ser, las conversaciones entre estas tres personas. Lo que ocurre es que no estoy segura de que se le puedan llamar conversaciones, la mayoría de las veces son tan solo juegos de palabras, pronunciadas al azar, como por ejemplo en un momento de la obra en que el escritor les pide a los otros dos que discutan y que en el momento álgido de la discusión cambien las frases por nombres de flores, dichas en un tono hiriente como si se arrojaran dardos.
La mayoría de las frases que se pronuncian en la obra son huecas, vacías de significado, lo cual al principio puede resultar ocurrente y hasta divertido, pero a la larga acaba cansando. Los actores que interpretan los respectivos papeles, Luis Rallo (el escritor), Israel Frías (la limpiadora) y Alberto Berzal (el albañil), hacen un trabajo muy digno, especialmente Israel Frías, pero la acción dramática es casi inexistente ya que una de las condiciones que el escritor impone a los demás es no hablar de sí mismos. Tampoco se abordan temas relevantes, lo cual deja el libreto en un ejercicio lingüístico, a ratos poético, a ratos ingenioso y a ratos sin sentido.
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