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domingo, 19 de mayo de 2024

DREAM, INDAGA EN LA EN LA RELACIÓN MATERNO FILIAL

 

Israel Galván y Natalia Menéndez © C. Meléndez

El Teatro Español, en su sala grande y hasta el 26 de mayo, apuesta por una producción en la que dos mentes innovadoras y atrevidas, Natalia Menéndez e Israel Galván,  se han unido para crear un canto a la relación, o a las múltiples relaciones,  entre madres e hijos. Dream, como anagrama de Madre, nos lleva a través de esa conexión que no es privilegio de la raza humana, sino que por el contrario se da también en otras especies. La maternidad, entendida como un proceso biológico que nos equipara al resto de nuestros compañeros animales puede teñirse de connotaciones afectivas tan próximas al amor como al odio. Esa confusa y radical mezcla de sensaciones puede asemejarse a un sueño DREAM/ MADRE. O, quizás, a una pesadilla.

El escenario se transforma en  un espacio materno y una escenografía sonora en el cual el cuerpo se trasluce en un ser que se mueve, se mece o patalea dentro de una especie de líquido amniótico.

En palabras de Israel y de Natalia, Dream no es teatro, ni danza ni flamenco, pero es todo ello al mismo tiempo. Un espectáculo que habita el escenario; donde se crea algo extrañamente familiar; habitado por muchas madres, y muchos hijos ¿quién es la madre y quien es el hijo? No está claro ni se pretende.

Mientras Israel se mueve por el escenario en una danza no danza, al compás de la música de Antonio Moreno, Juan Jiménez Alba y María Marín, que además tiene una voz maravillosa con la que a veces susurra las canciones más que cantarlas, una persona nos va narrando varias historias en las que personajes mitológicos, Medea, Hécuba, Clitemnestra, Fedra, Andrómaca se equiparan a las hembras de determinados animales. Paquita Cobos Gil, abogada de profesión es la voz que asocia a las hembras de una araña, una leona y una osa panda con las trágicas, defiende y expone sus actitudes; tal vez nos ofrezca otra luz sobre alguna de ellas o ponga voz sobre aquello que se ha silenciado. Medea tiene derecho a una abogada y la osa panda también. Nos preguntamos sobre cuánto tenemos de los animales y cuánto los animales tienen de nosotras. Sus monólogos no son un juicio, se limita a exponer hechos, aunque al final todo quede listo para sentencia. 

Los múltiples sonidos que escucharemos a lo largo de la representación, provocados a su vez por múltiples objetos, así como los elementos que se han utilizado para poner de manifiesto las relaciones entre esos seres que no siempre estamos seguros de si son madres o son hijos, o lo son todo a la vez, o tal vez no lo son, juegan un papel muy importante que activa la imaginación del espectador, como ese hilo rojo que bien podría ser el cordón umbilical que es necesario cortar en algún momento de nuestras vidas. O el chapoteo sobre el agua en lo que se asemeja a un parto en el que se derramara el líquido amniótico. Todo ello nos lleva al inconsciente y a otros planos de la memoria. A otra forma de entender la vida. En este baile que no se sabe si quien lo interpreta es mujer u hombre -no siempre importa- se mezclan los recuerdos de la transformación del hijo en madre y viceversa, y todo ello se transforma en la memoria del cuerpo extrañamente habitado.


Fotografías de Escena: © Vanessa Rabade

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