El Museo Nacional de Arte Reina
Sofía mostrará en sus salas a partir del 2 de octubre y hasta el 7 de enero de
2019 la obra de la artista surrealista Dorothea Tanning. Esta muestra será la
primera retrospectiva que se realiza de su extenso trabajo y ofrece una nueva
perspectiva de la extraordinaria carrera y visión de Tanning tras varios años
de investigación de la comisaria Alyce Mahon.
La muestra, que cuenta también
con la colaboración de la Comunidad de Madrid, incluye más de 150 obras de arte
creadas entre 1930 y 1997 -muchas de ellas nunca antes vistas por el público-,
procedentes del colecciones privadas y de instituciones como el Centro Pompidou
de París, la Tate Modern de Londres o el Museo de Arte de Filadelfia. Todo este
conjunto permite documentar la gama de medios y expresiones utilizados por
Tanning: pinturas, dibujos, collages, esculturas e instalaciones.
Como figura central de la
vanguardia internacional con una enorme influencia en el arte y el diseño contemporáneos,
Dorothea Tanning creía en el poder del arte para crear espacios, sensaciones e
ideas más allá de lo real.
En sus memorias, Between Lives: An Artist and Her World (2001),
Dorothea Tanning explicaba que, con sus pinturas, había querido “llevar al
observador hasta un espacio donde todo
se oculta, se revela, se transforma súbita y simultáneamente; donde se pueda
contemplar una imagen nunca vista hasta ahora que parezca haberse
materializado sin mi ayuda”. Por eso el
motivo de la puerta simboliza esta ambición y regresa repetidamente en su obra.
Es el concepto en torno al cual gira la exposición: Una puerta detrás de otra
puerta dará paso a nuevas puertas tras las que todo se esconde o todo se
muestra.
En una entrevista celebrada en
1974 con el crítico francés Alain Jouffroy Tanning explicaba que su primer arte
exploraba "este lado" del espejo o de la puerta, mientras que su arte
posterior se dirigía al "otro", ofreciendo un "vértigo
perpetuo" en el que una puerta, visible o invisible, conducía a "otra
puerta".
La puerta no es simplemente un
umbral en el arte de Tanning, sino una invitación a aventurarse más allá de lo
real y
a entrar en
un mundo de
sueños y miedos.
Asistimos a una perspectiva
interminable que no pretende alienar sino seducir al espectador.
Dividida en ocho secciones
temáticas, la exposición se abre con un delicado autorretrato a lápiz de 1936 y
termina con un autorretrato tardío, Woman Artist, Nude, Standing (1986). Y
además de sus pinturas incluye dibujos, cuadernos de poemas, diseños para el
mundo del ballet o del teatro y sus famosas esculturas blandas.
A mediados de los años sesenta,
Dorothea Tanning sacó su vieja máquina de coser Singer y empezó a trabajar en
una serie de esculturas blandas, confeccionadas con telas compradas en una
tienda de oportunidades y con otros objetos encontrados. Con ayuda de elementos
tan cotidianos como el relleno de lana, el tweed, la piel sintética o las
piezas de un rompecabezas, activó el objeto banal, doméstico y lo convirtió en
fetiche, y el espacio interior en un espacio de posibilidad surrealista.
Dorothea Tanning se casó en 1946
con Max Ernst, en una ceremonia de boda conjunta en Hollywood con Man Ray y
Juliet Browner. Una de las salas de la exposición, Partidas de Ajedrez, se centra en su relación con él y su amplio círculo de amigos, incluyendo a
Joseph Cornell, Leonor Fini y Konstanty Jeleński, Marcel y Teeney Dhamp, Julien
Levy y Muriel Streeter, Yves Tanguy y Kay Sage.
En esta sección se reúnen
pinturas, colaboraciones cinematográficas y correspondencia relacionadas con el
ajedrez, juego descrito por Tanning como "algo voluptuoso, cerca de los
huesos". El ajedrez es un juego de habilidad y azar y Tanning y Ernst
compartieron su pasión por él.
Tanning colaboró con el coreógrafo
ruso George Balanchine creando para él una serie de trajes y escenografías, que formaron parte de
las representaciones de Night Shadow -La sombra nocturna- (1946), The Witch - La
bruja- (1950) y Bayou (1952). La muestra incluye algunos de los bocetos así
como pinturas al óleo en las que surge un nuevo sentido del movimiento.
En las vitrinas del recinto
podemos ver sus cuadernos en los la artista derramó sus pensamientos y sus poemas
como el titulado La jerga del arte.
Si el arte pudiera hablar, se
mostraría por fin
tal y como es en realidad, y nos
revelaría lo que ardemos en deseos de saber.
Nuestras certidumbres, después de
bostezar aburrida,
en un minuto las barrería y las
escondería bajo la alfombra:
certidumbres consagradas, tan
absurdas como el acto de esconder el polvo
bajo la alfombra. Ha llegado el
momento de escuchar, queridos.
Por fin, el arte tomaría la
palabra, cubriría el cielo como una boca,
se aclararía la garganta
convulsa, mientras el fulgor y el estruendo
se desata sobre su voz: una
avalancha de estrellas fugaces y
visiones alborotadas, reforzada
por el susurrante estrépito
de los sonidos que escucharíamos
mientras desciframos sus augustas palabras:
“abcdefghijklmnopqrstuvwxyz”.
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