Desde el pasado día 5 se puede
visitar en la tercera planta del Edificio Sabatini del Museo Nacional Centro de
Arte Reina Sofía, la muestra H.C. Westerman. Volver a casa, la primera gran
retrospectiva de un singular artista de difícil clasificación dentro de la
historia de la escultura de la segunda mitad del siglo XX cuya obra, sin
embargo, ejerció una gran influencia en sus coetáneos y que ha servido
posteriormente de inspiración para nuevos lenguajes visuales.
Sin pertenecer a las principales
corrientes de su época, como el minimalismo, el expresionismo abstracto o el
pop art, este singular artista abordó desde su particular estilo cuestiones de
la condición humana y las preocupaciones de la sociedad estadounidense de
mediados del siglo XX, inmersa en la tensión de la Guerra Fría, el consumo y la
cultura de masas.
Esta interesante y divertida
exposición presenta cerca de 130 obras de Westermann fechadas entre 1954 y
1981: la mayoría de ellas intrigantes esculturas realizadas en madera con
perfección de ebanista, pero también se incluyen grabados, dibujos y cartas,
así como pinturas de su primera etapa artística.
El imaginario de Westermann
revela su traumática experiencia como marine durante la Segunda Guerra Mundial
a bordo de un portaviones así como con un agudo conocimiento de su país, desde
sus conflictos militares o su vastos y espectaculares paisajes hasta la soledad
de las grandes ciudades o la cultura televisiva y publicitaria.
Todo ello se muestra en obras
como sus elocuentes death ships (barcos de la muerte), su serie de litografías
See America First (Primero conozca América, 1968) o los linóleos Disasters in
the Sky (Desastres en el cielo, 1962).
Por otro lado, si bien la producción
de Westermann no puede reducirse a un estilo determinado, en ella persiste su
preocupación por asuntos como la muerte y el continuo del trabajar. Estas dos situaciones confluyen de alguna manera ya que el autor entiende el morir como una fase que progresa y no como un hecho único e intimo. Se trasluce
también un interés por hallar y construir un lugar propio, un habitat, que también guarda similitud con la muerte, motivo por el cual para Westerman "Me voy a casa" puede significar me muero. La comisaria Beatriz
Velázquez indica a este respecto que para Westermann, la práctica artística
supone un hacer, un construir permanente. A través de él se entiende que una
persona es en el mundo en la medida en que habita, y habita en la medida que
construye su espacio, su habitación, su abrigo.
El deseo del regreso a casa
impregna la obra de Westermann, como se aprecia en varias de sus esculturas, por
ejemplo en A Soldier's Dream [El sueño del soldado, 1955], en la que un cuerpo
mutilado sufre el calvario de una hoguera. La obra, que semeja una capilla
portátil, toma su título de una vieja canción sobre el anhelo del soldado por
volver al hogar.
Las pinturas que abren la
exposición pertenecen a los primeros años de formación de Westermann como
estudiante de Bellas Artes en la Escuela del Art Institute de Chicago. En ellas
se aprecia la influencia de las vanguardias europeas y su organización en
campos de color bien delimitados apunta ya hacia la marquetería y anticipa el
gusto del artista por el trabajo madera.
La transición entre estas
imágenes y lo que será su medio preferente, el objeto en madera, puede
observarse en Two Acrobats and a Fleeing Man (Dos acróbatas y un hombre
huyendo, 1957), donde los tres personajes parecen desconectados del paisaje
urbano en el que se encuentran, vaticinando las preocupaciones que serán
duraderas en el artista, como la condición aislada -desabrigada, en definitiva-
de la persona en el mundo. Las primeras esculturas, desde 1954, se acercan al
mismo tema mostrando la angustia del confinamiento y de la muerte.
La obra impresa volverá a cobrar
vida en See America First (Primero conozca América), que es el título que el
artista adoptó en 1968 para una serie de 18 litografías tomando prestado el
eslogan de una campaña de turismo de principios del siglo XX que animaba a los
ciudadanos estadounidenses a explorar su propio país en lugar de viajar al
extranjero.
Sin embargo la principal obra del
artista sigue siendo la escultura y desde mediada la década de los sesenta, los
objetos de Westermann acusan distintas reducciones al absurdo. Por una parte,
el artista recurre a distintas capas de contradicción entre los títulos,
materiales y referentes representados de sus piezas, confeccionando lo que la
crítica ha llamado paradojas visuales y materiales. Otras veces Westermann
incide en los fallos de funcionalidad de mecanismos y estructuras, como en
Antimobile (Antimóvil, 1966).
El artista ahondó también en sus
investigaciones sobre el asunto de la muerte en la segunda parte de su carrera
aunque ya no discurrirán tan asociadas a la prisión y caducidad del cuerpo. La
acción de dilatar o demorar la muerte
fue siempre una de las
reflexiones recurrentes de
H. C.Westermann.
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