Avenida de Anselmo Clavé, 4 ZARAGOZA
Del 27 de Abril al 27 de Agosto
El día 9 de julio de 1870 la
familia Fortuny-Madrazo solemnizaba su llegada a la ciudad de Granada
cumpliendo con el rito preceptivo de visitar el monumento más emblemático de la
ciudad: el palacio de la Alhambra.
A partir de esa fecha el pintor
inició un idilio con uno de los lugares más recónditos de la geografía europea,
uno de los más alejados de la influencia de las grandes capitales artísticas.
Durante dos largos e intensos años, Marià Fortuny (1838-1874) protagonizó una
relación sentimental con un paisaje con el que llegó a sentirse fuertemente
identificado y en el que vivió uno de los momentos más felices de su corta
existencia. La decisión de fijar su residencia en Granada y alejarse de
aquellos lugares en los que había obtenido una gran reputación artística vino a
corroborar una situación de crisis y un momento de insatisfacción provocados
por una dinámica comercial en la que se sentía atrapado y de la que deseaba
alejarse.
El artista llegó a Andalucía
rodeado de una aureola triunfal, como un artista que había alcanzado la
consagración unos meses antes tras haber presentado en la galería Goupil de
París una de las obras que más contribuyó a catapultarlo y transformarlo en un
referente canónico de la pintura europea. La presentación de La vicaría venía a
culminar el modelo que tantas satisfacciones le había otorgado, al concederle
la oportunidad de obtener un reconocimiento público sin parangón. Sin embargo,
a pesar de sus bondades, la obra reflejaba un cierto síndrome de repetición que
parecía condenar al pintor a repetir unas fórmulas preciosistas y
estereotipadas que, si bien constituían una receta garantizada de éxito, le
obligaban a permanecer fiel a una estructura rígida de la que no podía
desprenderse.
En este sentido, la situación
personal de Fortuny venía a reflejar el eterno dilema existente entre el deseo
y la realidad. De alguna forma, en Granada encontró el clima favorable que le
permitió superar la dicotomía en la que se sentía atrapado, un marco y un
contexto que le ayudaron a reiniciar su andadura creativa, cumpliendo la
función simbólica de un rito de iniciación.
La prueba de esta fecunda
relación fue el incremento de su, ya de por sí, admirable capacidad de trabajo.
Durante estos dos años su producción se incrementó exponencialmente y, lo que
es más importante, esta fecundidad se vio acrecentada por la obtención de unos
frutos de una gran belleza artística. Los logros conseguidos fueron magníficos
y contribuyeron al crecimiento profesional de Fortuny, que aprovechó la
oportunidad que le ofrecía el entorno para reorientar su carrera y dar rienda
suelta al deseo de satisfacer sus impulsos creativos. Durante este tiempo,
Fortuny realizó algunas de las obras más emblemáticas de su quehacer creativo,
aquellas que, con el paso del tiempo, se han transformado en algunas de sus
composiciones más icónicas. Al respecto, podemos mencionar pinturas de la
importancia de: La matanza de los Abencerrajes, Tribunal de la Alhambra, Carmen
Bastián, Paisaje de Granada, Almuerzo en la Alhambra o Músicos árabes, por
citar solo algunas de todas aquellas que hicieron de la etapa de actividad
granadina una de las más significativas de todas cuantas llegó a protagonizar.
Estos dos años también le
permitieron seguir mostrando su querencia por el dibujo, un medio de expresión
en el que siempre se sintió a gusto y en el que obtuvo logros muy destacados.
Los trabajos gráficos permiten adentrarnos en el andamiaje del proceso creativo
y un acercamiento más detallado a algunos de los episodios más representativos
del periodo. Más que un complemento, o un recurso instrumental, la fuerza de
estos rasguños, esbozos, bocetos y dibujos preparatorios ayudan a calibrar el
talento y la versatilidad del artista, capaz de dominar, con idéntica pericia
técnica y virtuosismo, las diferentes vertientes compositivas. Por otro lado,
este magnífico conjunto de dibujos nos brinda la oportunidad de valorar el
interés del reusense por representar los rincones más insospechados del mapa de
una ciudad que dibuja un entramado laberíntico, configurado por calles,
callejones y plazas en los que Fortuny encontró el sosiego y la felicidad que
necesitaba para reinventarse como creador y, al mismo tiempo, realizar uno de
los más bellos homenajes que se pueden tributar a una ciudad fascinante, en la que
vivió un tiempo de ensoñación.
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