C/ Limón, 28 MADRID
Del 16 de Octubre al 11 de Diciembre de 2015
Cecilia Paredes, que hace
doblete este otoño en Madrid, es una artista multimedia para cuyos proyectos la
performance constituye un componente básico. Aún cuando sus instalaciones
escultóricas se presenten como conceptos abstractos, se basan en gran medida en
su propia realidad y en cómo percibe el mundo que le rodea, el entorno y los
numerosos materiales que en él se encuentran. Su obra es personal y sin embargo
trasciende hacia temas universales, especialmente aquéllos que se relacionan
con el poder de la naturaleza y lo femenino. En referencia a sus
interpretaciones de animales, hay una relación de identificación con cada uno
de los que representa e interpreta, que son siempre animales marginales,
espacio donde Cecilia se siente más cómoda.
El
cuerpo como cosmos, por Janet Batet
Nuestro cuerpo es nuestro
altar. Con él convivimos a diario y a través de él establecemos nuestra
comunicación con los otros. Contenedor por excelencia del alma, el cuerpo ha
sido objeto de disímiles interpretaciones a lo largo de la historia. Así, para
el mundo griego –cuna de la cultura occidental– cuerpo y alma conforman una
entidad inseparable en la que la carne deviene recinto propicio para el
espíritu. Entendido como cosmos personal que centra nuestras relaciones con los
otros, el cuerpo se erige símbolo de todas nuestras acciones: espejo inseparable
de nuestro yo interior.
La producción artística de
Cecilia Paredes (artista peruana que vive entre San José, Costa Rica,
Filadelfia, Estados Unidos y Lima, Peru) está guiada por este precepto, donde
el cuerpo -ese tabernáculo magnífico- se desdobla y transforma en alegoría
bellísima. Pareciera que Cecilia diera un vuelco rotundo a su cuerpo trocando
interior con exterior y poniendo -en ese trance- el alma al descubierto.
Cecilia deja de metamorfosearse con el reino animal para fundirse con el elemento
vegetal, hasta desaparecer en esa suerte de ofrenda que es siempre su pintura.
El cuerpo ahora se integra al paisaje. Un paisaje de evocación natural pero
creado por el hombre y en el que el elemento ornamental es esencial. La artista
se basa en tejidos naturales -generalmente lino- con impresiones florales de
delicado diseño al que más tarde se fusiona ella misma en actitud camaleónica.
Uno de los elementos esenciales que anima la figura poética de Cecilia Paredes
es el elemento lúdico de carácter sutil que anima su obra. Asistimos en primera
instancia a un rejuego entre cita y apropiación donde el único elemento de
originalidad posible es la naturaleza sólo presente en el cuadro a partir de la
copia. Tal vez, justo por ello, la artista se ofrece en reverencia última
dejándose devorar por la creciente vegetación que termina en sus cuadros por
inundarlo todo. Este ofrecimiento es tal vez la clave para comprender por qué
la artista renuncia al pincel, convirtiéndose más bien en sujeto receptor al
acoger la pintura como tatuaje sobre la piel.
Su obra no es de fácil
clasificación, cohabitando pintura, performance, fotografía y diseño como
manifestaciones omnipresentes entretejen el delicado entramado que constituye
la propuesta de esta artista, cargada siempre de alta sensibilidad. En su deseo
por fusionarse con la naturaleza, la artista apoya sus estados anímicos en las
estaciones y otras veces, el gusto por el arabesco traza retruécanos coquetos
y, como si fuera corta la travesía, a ratos la artista nos toma de la mano y
nos lleva por parajes lejanos como ocurre con su serie Los cuatro rincones del
mundo donde residen Calabria y El Reino Del Bambú. Sin embargo, un sólido
elemento unificador distingue toda su propuesta. Asistimos a un mundo de
interdependencias, donde todo está relacionado en armonía feliz. Cada elemento
en la obra de Cecilia Paredes nos recuerda que no somos sino un elemento de ese
cosmos general que es la naturaleza y del cual el cuerpo es expresión prístina.
De ahí que la disolución de su propia imagen en la naturaleza devenga signo
identitario que la reintegra a ese cauce infinito que es la vida.
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