En 1950, René Magritte firmaba, con sus amigos Colinet, Mariën, Nougé y Scutenaire, el catálogo de productos de una supuesta sociedad cooperativa, La Manufacture de poésie. Cada mercancía iba marcada con su precio y acompaña- da por una breve descripción de su utilidad: el “reloj en fa”, para colocar sobre la chimenea y neutralizar la noción del tiempo; la “estatuilla del comendador”, útil hipnótico para distraer del asunto principal; la “varita estridente”, para la detección del color azul... Algunos de los gadgets descritos estaban destinados a automatizar el pensamiento o la creación, como el “cuaderno de omnisciencia” –“repertorio combinatorio para operar la recarga permanente de los procesos de ideación”– o el “rollo verbal” que permitiría, “con una maniobra muy fácil, confec- cionar un número incalculable de poemas”. El más caro de estos artefactos, anunciado por un precio de 25.000 francos, era una “máquina universal para hacer cuadros” cuya descripción prometía: “un manejo muy simple, al alcance de todos, permite componer un número prácticamente ilimitado de cuadros pensantes”.
La “maquina de pintar”, aparato descrito por los surrealistas belgas y que da lugar al título de la exposición, está dedicado a generar imágenes conscientes de sí mismas. La máquina Magritte es una máquina metapictórica, una máquina que produce cuadros pensantes, pinturas que reflexionan sobre la propia pintura.
El título de la muestra, La máquina Magritte, quiere señalar el carácter, no sistemático, pero sí metódico de la obra del pintor belga. Las numerosas réplicas y variantes en la obra de Magritte no fueron solo un recurso comercial, sino, como él decía, un modo de “precisar mejor el misterio, de poseerlo mejor”. El propio artista reconocía que su procedimiento central consistía en generar variaciones y combinaciones a partir de un número reducido de motivos.
Toda la obra de Magritte es una reflexión sobre la pintura misma, reflexión que aborda con la paradoja como herramienta fundamental. Lo que se nos revela en el cuadro, por contraste o por contradicción, no solo es el objeto, sino también su representación, el cuadro mismo. Para lograr este objetivo, Magritte utiliza los recursos clásicos de la metapintura, de la representación de la representación - el cuadro dentro del cuadro, la ventana, el espejo, la figura de espaldas… - que en su obra se convierten en trampas.
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